lunes, 25 de junio de 2007

PROLOGO AL LIBRO (ENTRE LA CRUELDAD Y LA PARED, VERSOS LIBRES).

PROLOGO AL LIBRO: (ENTRE LA CRUELDAD Y LA PARED, VERSOS LIBRES), AUTOR: CARLOS HUMBERTO QUINTERO RIOS. PORTADA: MINOH. ILUSTRACIONES: WENDY BARBARA. EDITOR: MIGUEL ROMERO.


PROLOGO POR: EDUARDO PEREZCHICA.

Carlos Humberto Quintero es un poeta que no espera ser entendido, no lo pretende, pues su poesía no va dirigida finalmente hacia alguien fuera de sí mismo.

Algo común en la obra poética que nos presenta ahora es la constante sensación de autocontemplación, de una pregunta que queda suelta en el aire y es formulada mil veces, una pregunta que él también se hace y a la cuál busca dar respuesta mil veces. Cuando uno trata de dar respuesta desde la literatura, uno no pretende encontrar una verdad para todos, sino la verdad que sacie la pregunta que nos hemos formulado siempre. Podría decir que todos tenemos una pregunta (o mil), la cual nos sigue en los pasos que damos, en las noches en vela, en los momentos importantes de nuestras vidas. En muchos de los casos, como es éste, la búsqueda genera, germina y crece.

Este individuo que muestra en su obra poética el resultado de la contemplación, el cuestionamiento y la vivencia, hace hoy el alarde más difícil de todos: mostrarse tal como se ve y, a la vez, el cómo ve su alrededor. A través de la metáfora, usándola como llave que sirva para descifrar la realidad; a través de la retórica, dejando un espacio vacío entre un par de signos de interrogación que sirven de zapatos; a través de ello y del juego de usar las palabras como medicina del alma y como daga cauterizante de heridas autoinfringidas; a partir del aliento y la inspiración del tiempo en que se van fermentando los sueños, es a través y a partir de todo, que este poeta explica y habla de sexo, fobias, cuestionamientos, filosofía, alegría… habla de sí mismo y de lo incierto.

Podremos no sentirnos identificados con momentos en la obra de algún poeta –o en general de cualquier artista–, podremos no compartir la versión de los hechos que en sus versos se guarda, pero tampoco podemos negar habernos cuestionado alguna vez, haber soñado y roto los esquemas haciendo jirones de la paciencia, la impaciencia y de nuestra fe y desesperanza. Podemos reconocer que a quien leemos no es de ninguna manera quien nosotros somos, pero sería un error negar a quien está detrás de las letras: hay un humano con ánimo de beberse el mundo, embriagarse con sus mieles y amarguras, rasparle brillo a la tierra y con los ojos cerrados contemplar lo que queda dentro.

Los ánimos por escribir se nutren no sólo de la inspiración y de la idea, el sentimiento o la encrucijada en que nace esta necesidad de desbordar, a manera de palabras, los días más oscuros y dulces de nuestra memoria, por ejemplo. Cuando la obra se ha cerrado, cuando ese ciclo nos vuelve a posar en preciso momento de emprender un nuevo rumbo, se plantean en quien escribe las decisiones de guardar, compartir o incinerar –literalmente– lo que se ha hecho. Dejar constancia o no, es el cuestionamiento con el que a veces nos encontramos. La decisión tomada nos deja ahora con este cúmulo de páginas entre las manos.